sábado, 4 de octubre de 2008

La colmena

Siempre que quedaba con las amigas volvía a casa con la satisfacción de quien comprueba periódicamente su tesoro escondido y sonríe, aliviado, al confirmar que continúa en su lugar. En el fondo, sólo había una motivación que la movía a quedar con ellas cada quince días: la comparación. Tenían su edad, habían estudiado juntas, vivían en el mismo barrio … eran las personas idóneas para realizar su análisis comparativo, su chequeo periódico: sus vidas por un lado, la suya propia por el otro. Si en esa comparación ella resultaba vencedora ( al menos según su parecer, evidentemente subjetivo, pero también evidentemente con el que más de acuerdo podría estar) ¿qué más podía pedir?
Sentía que ella había escogido la pajita más larga, que un mucho de fortuna y un poco de sus propias decisiones la habían dejado en el mejor lugar posible al que podía llegar según su condición. No podía hacer más que sentirse feliz y afortunada. Pensaba en la estabilidad económica de la que carecían sus amigas; el trabajo de Alberto estaba a años luz de las sencillas, inestables y poco interesantes ocupaciones de las parejas de sus amigas (de las que tenían pareja, claro, porque Sonia, pobre, seguía sola ya entrada en los treinta … Elena no tenía dudas de quien se había quedado con la pajita más corta).

Alberto aparcó el coche en el garaje de su casa pasadas las once de la noche.Agotado, pulsó el botón de llamada al ascensor mientras pensaba en su viaje a Londres de la semana que viene; cuando se abría la puerta del ascensor tomaba la decisión de que estaría dos días más para no dejar ningún cabo suelto en el acuerdo con los japoneses.
El ascensor subía hacía el ático y Alberto, mirándose al espejo decidía que mañana dormiría veinte minutos más: nadie podría echárselo en cara teniendo en cuenta que no recuerda cuando fue la última vez que se despidió de algún compañero al marcharse de la oficina, de hecho eran las mujeres de la limpieza y el chico de seguridad de quienes se despedía diariamente.


Y su propio trabajo… Pese a que no fue la que mejor calificaciones tuvo del grupo, ella fue la primera en encontrar trabajo al acabar la carrera y, además la que fue a parar a la compañía más prestigiosa. El salario era bajo, pero no era un problema demasiado relevante teniendo en cuenta los ingresos de Alberto. La habían destinado al departamento de análisis de la mútua, cada día llegaban las cajas selladas con las muestras de sangre y orina de los empleados de alguna empresa. ¿Acaso no era una satisfacción personal el poder ayudar a los demás, poder prevenir enfermedades, gracias a los resultados de sus análisis, antes de que éstas se produzcan? Tras tres años en esa tarea, recientemente había dado un paso más: una tecnología pionera que permitía, en el análisis de muestras de heces, la detección de posibles hemorragias internas permitiendo el diagnóstico precoz del cáncer de colon. ¿Cuál de sus amigas podía tener un trabajo con tanta importancia y tanta responsabilidad como el suyo? Ninguna … sólo pensarlo era ridículo.
Sí, necesitaba aquellas reuniones quincenales como un diabético sus dosis de insulina. Apagó la luz, Alberto llegaría tarde otra vez, tendría que ser otro día cuando le dijera lo que le llevaba dando vueltas por la cabeza hace semanas: quería ser madre, debían aprovechar la suerte que habían tenido en la vida que darían a su hijo las condiciones idóneas para crecer y educarse… quizás el domingo podría decírselo. Tenía ganas de que ya fuera mañana, de volver al trabajo… a última hora habían llegado cuarenta muestras (38 varones y 2 hembras … de una compañía de servicios informáticos) que esperaban su análisis … sí, algo le decía que mañana, por fin, alguna saldría positiva.
Cuando los ojos se le cerraban, Alberto entraba silenciosamente en la casa mientras rezaba para que su mujer ya estuviera dormida.



"La mañana sube, poco a poco, trepando como un gusano
por los corazones de los hombres y de las mujeres de la
ciudad;golpeando, casi con mimo, sobre los mirares recién
despiertos, esos mirares que jamás descubren horizontes
nuevos,paisajes nuevos, nuevas decoraciones. La mañana,
esa mañana eternamente repetida, juega un poco, sin embargo,
a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, esa cucaña,
esa colmena…
¡Que Dios nos coja confesados!"
La colmena. Camilo José Cela.